AUDIOGUÍA

Lillo: en busca del agua entre cuencas

Un abuelo y una abuela se juntan en la plaza junto a su nieta y primos en una templada noche de mayo, víspera de la romería a Esperanza. Impulsados por la voraz curiosidad de los jóvenes, recuerdan historias de otros tiempos que parecen cuentos, pero no lo son…

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El guión

Parada 1. Historias que parecen cuentos. La obtención tradicional del agua en Lillo

Nieta: ¡Abuelo, abuelo! Cuéntales a mis amigos alguna historia de esas que tú cuentas en casa.

Abuelo: ¿Ahora Nerea? Son ya casi las doce y hay que irse pronto a la cama. Mañana es el gran día de la romería a Esperanza y toca descansar.

Nieta: Si, si, será rápido.

Abuelo: Bueno, si os apetece escuchar, sentaros aquí a mi lado.

Nieta: Cuéntales cuando no teníais agua en el pueblo y bebíais de los charcos…

Abuelo: Bueno tampoco era exactamente así… Pero es cierto que, ¡cómo han cambiado los tiempos! En aquel entonces, cuando yo tenía vuestra edad, el agua era un tesoro y en ocasiones tuvimos que obtenerla de cualquier sitio.Porque nuestro pueblo de Lillo convirtió en riqueza su propia pobreza. Para que lo entendáis, pensad que no hay ningún río en nuestro término. (Pausa) Aunque lo limitan dos. El Riánsares, afluente del Guadiana, por el sur a unos cinco kilómetros del pueblo y el escaso Arroyo de Tesillos, ya del Tajo, por el norte, a algo más de diez kilómetros.

Nieta: Y entonces abuelo, ¿de dónde se sacaba el agua? ¿no había grifos?

Abuelo: ¡Uy, grifos! El agua venía sólo de dos sitios: de arriba y de abajo.

Nieta: ¡Ajj! ¡Qué gracioso!

Abuelo: No es un chiste, no. El agua que necesitábamos para sobrevivir venía del cielo en forma de gotas de lluvia y del suelo, llenando cubos y arcaduces. Del suelo, el agua para beber, o aguaduz que le llamábamos, procedía de dos pozos: el del Indiano y el de la Guijosa. Desde el pozo del Indiano es desde donde se trajo el agua al pueblo. Y, el agua de lluvia, llenaba los aljibes y las…

Nieta: Espera abuelo, ¿qué es un aljibe?

Abuelo: Un aljibe le llaman a un recipiente donde se almacena el agua. Principalmente, de lluvia. Piensa que en aquellos tiempos, cada gota era un tesoro que guardar. Incluso dicen que el origen de nuestro pueblo procede de un aljibe. 

Nieta: ¿En serio?

Abuelo: ¡Sí! Un aljibe que se encuentra en lo alto del cerro de San Antón, junto a la ermita donde alguna vez hemos subido. ¿Os acordáis de las maravillosas vistas que desde allí se ven de la llanura manchega, la mesa de Ocaña y de las puertas a los montes de Toledo? Pues es que Cerro de San Antón siempre ha sido una gran atalaya desde donde controlar una gran extensión de terreno. Y encima con agua. 

Nieta: Pero, ¿entonces el pueblo estaba en el cerro?

Abuelo: No, no, aquello fue mucho tiempo antes. Lillo surgió después, cuentan que como campamento de época romana. Pero el pueblo tal como hoy lo conocemos es a partir de la conquista cristiana en el siglo XIII… Pero bueno que me lío y quería deciros que la lluvia llenaba los aljibes, pero también nuestros grandes tesoros: las lagunas. Las perlas brillantes de Lillo. 

 Nieta: ¿Lagunas? Pensaba que sólo había una…

Parada 2. Cenizas de oro y sangre. Dos recursos naturales perdidos: la barrilla y el salitre

Abuelo: ¿Cómo que una sola laguna? Eso es porque casi siempre venís al pueblo en verano. Si vinierais tras las lluvias de otoño y estos días de primavera, además de la del pueblo o del Longar, veríais las dos lagunas del Altillo, la Chica y la Grande hasta arriba de agua, y con suerte también la de la Albardiosa…

Nieta: ¡Qué nombre tan raro!

Abuelo: Viene del albardín, una planta, parecida al esparto, que rodea las lagunas y la cual antiguamente se utilizaba para hacer vencejos, sogas, seras… Es que si supierais todos los secretos que guardan las lagunas muchachos.

Nieta: Y, ¿se pueden contar esos secretos abuelo?

Abuelo: Mmm… (pausa). Alguno sí (risas). Mirad, os voy a contar una historia que me contaban mis abuelos. Así como estamos hoy aquí en la plaza, en la puerta al fresco o en las noches de invierno, alrededor de la estufa, también nos contaban trabajos e historias que hacían de mozos y que hoy… (pausa) hoy ya están perdidos.

Nieta: Venga pues corre empieza que por allí viene ya la abuela con mis padres…

Abuelo: A ver… Entonces uno se hacía viejo siendo joven. Moría la gente de cualquier cosa y trabajaban todo el día bajo el sol que quema esta llanura. Pues la familia de mi abuela fue una de las últimas que trabajó el salitre en las lagunas. Y a que no os imagináis para que se utilizaba este salitre.

Nieta: Mmm… ¿para echar en las ensaladas?

Abuelo: ¡No, no! Este salitre no se parece a la sal que tú dices. Este salitre servía para fabricar pólvora.

Nieta: ¿Lo de las guerras?

Abuelo: ¡Exacto! Pues la familia de mi abuela paterna fue la última en trabajarlo en Lillo. Se cultivaba junto a las lagunas, en unas tierras preparadas llamadas tendidos. Luego se extraía, se filtraba y se evaporaba. Mi abuela decía que era muy laborioso y delicado. Por último, iban a venderlo a la Fábrica de Pólvora de Alcázar de San Juan. Por cierto, junto a las lagunas hay unas plantas que corren por los campos…

Nieta: ¿Cómo qué las plantas corren?

Abuelo: ¡No me digáis que no habéis visto los trotamundos! A aquello que le llamaban salicones o barrillas…

Nieta: Pero, ¿la barrilla no es donde se cocina la carne?

Abuelo: ¡Ay, madre! Eso es la parrilla… ¿Qué os enseñan en el colegio? Yo te hablo de una planta que crece en terrenos secos, muchas veces junto a las lagunas, en los llamados saladares. Tras cosecharla, se quemaba y de sus cenizas salía la sosa que era la materia prima para hacer jabón. 

Nieta: ¡Guaauuu! ¡Salitre y barrilla! Me entra hambre al pensar sus nombres. ¡Quiero verlos! ¿Podemos ir mañana después de la romería?

Parada 3. En busca del agua duz. Las aguas subterráneas y sus aprovechamientos: el Pozo del Indiano

Abuelo: Mañana no porque es día de estar todo el pueblo juntos en Esperanza. Pero, de todas formas, cuando pasemos por el entorno de la Laguna del Longar, allí donde la zona del Pozo de los Tablones, nos fijaremos si podemos ver algunas matas de salicones…

Nieta: ¿Pozo de los Tablones? Yo no sé dónde está eso…

Abuelo: A ver cómo decirte… ¡Cerca del observatorio desde donde se ven los flamencos! ¡Junto al circuito de motocross! Pues ahí, aunque no te lo creas, había un pozo muy importante…

Nieta: ¿Y ahí bebíais?

Abuelo: No no… el agua de ese pozo salía muy dura, era más que nada para el ganado. Y de esos había muchos más por todo el pueblo y por los parajes. Mañana, cuando estemos en Esperanza, te digo dónde quedaba el Pozo de la Chinches… Pero, como ya te he dicho, el aguaduz venía de dos sitios, el Pozo de la Guijosa y, sobre todo, el del Indiano. Aún recuerdo cuando se estropeaban las fuentes del pueblo por alguna avería y teníamos que ir hasta allí andando…

Abuela: ¿Ya le estás contando historietas? Al final la niña se duerme a las mil y no hay manera de despertarla mañana…

Nieta: Pero abuela, se lo he pedido yo. Sólo un rato más y nos vamos para casa. ¿Tú también te acuerdas del Pozo del Indiano?

Abuela: ¡Pues claro que me acuerdo! Dicen que lo construyó hace mucho un hidalgo que había hecho fortuna en las américas. Y, como os contaba el abuelo, a veces teníamos que ir allí con los borricos y los cántaros de barro. Pero, en general, cogíamos directamente el agua en las fuentes del pueblo, porque el ayuntamiento construyó la tubería para traerla del pozo. Eso antes de que naciéramos nosotros, a principios del siglo XX…

Nieta: ¿Y que ibais? ¿Todas las mujeres a por agua a la plaza?

Abuela: Bueno, a la plaza algunas, aunque también se iba a la Puerta de Dancos o la de La Guardia, donde habían instalado unas fuentes y se juntaba la gente. Cada una, a la que te pillara más cerca… ¡pero sí! No faltaba ni una de las vecinas. Y aunque nos llevábamos bien, también se rompía más de un cántaro cuando el agua venía escasa.

Abuelo: Y eso a pesar de que agua nos sobra en este pueblo. Porque otra cosa no, pero pozos… Eso sí, como te decía, eran pocos los que valían para beber…

Parada 4. “¡Zanahorias de Lillo! ¡Zanahorias de Lillo!”. La huerta tradicional en Lillo: zanahorias y norias.

Abuela: Como dice tu abuelo, es Lillo y La Mancha, reino de pozos y norias. Pozos excavados con las callosas manos del labrador y norias empujadas con el sudor de los burros para que, finalmente, el agua permita sembrar, crecer y cosechar huertas y cultivos.  Aquí además de trigo, cebada, centeno, avena, vides y olivos, se sembraban con el agua de las norias, legumbres y hortalizas.

Nieta: ¿Una noria como las de la feria?

Abuela: Casi casi lo mismo. La única diferencia es que una es para diversión y la otra era para sudar y cansarte de sol a sol. Especialmente el pobre borrico que sin parar movía la noria para sacar los arcaduces llenos de agua. Todo el pueblo de Lillo estaba rodeado de norias. Decían que había más de trescientas… Y ¿sabes qué hacíamos los muchachos? 

Nieta: ¡Subiros al burro!

Abuela: Sólo le faltaba eso al pobre… Con un palo en la mano nos tocaba vigilarlos para que no dejaran de mover la noria mientras nuestros padres regaban y hacían sus faenas… 

Nieta: Pues que aburrida era esa noria entonces…

Abuela: Pero cuando se recogían los frutos y se llenaba la alacena eran días de alegría y esperanza. Y, ¿sabes quién era la reina de la huerta? La zanahoria.

Nieta: ¿Zanahorias? ¡Si no saben a nada y hay en todos los sitios!

Abuela: Pero no son las zanahorias naranjas que tú conoces, hija mía. Las zanahorias de Lillo eran tintas o blancas y eran una exquisitez. Al comerte una tinta se te ponía la boca morada morada… De niña llegué a ir con mi padre en un carro a venderlas a Madrid. Y en el mercado, al grito de ¡Zanahorias de Lillo, zanahorias de Lillo! nos las quitaban de las manos. Pero no sólo eso, las zanahorias eran un manjar nutritivo para las caballerías. Contaban algunos viejos de entonces una anécdota. Decían que una Navidad tuvo que parar aquí la Reina y su Regimiento y que gracias a las milagrosas zanahorias del pueblo que los caballos que estaban atrasados y débiles,  en pocos días se pusieron gordísimos, lozanos y lustrosos. Y eso a pesar de los fuertes hielos que caían en aquel tiempo. 

Nieta: ¡Qué divertido! Ahora también queremos nosotros probar esas zanahorias abuela, ¿podemos?

Abuela: Ahora están perdidas y sólo uno del pueblo ya las cultiva. Pero realmente no todo en las zanahorias era alegría, virtud y milagro, pues eran ejemplo de la escasez de nuestros tiempos. Comíamos lo que teníamos. Nada más. Tiempos de miseria y supervivencia de los que perdura el cantar de la coplilla “Zanahorias de Lillo, pan de centeno, llenando la tripa todo es bueno”.

Parada 5. Una noche en una cueva de pastores. Ganadería y arquitectura tradicional

Nieta: Pero abuelo, tú eras pastor, así que sabrías más de ovejas que de zanahorias…

Abuelo: Bueno, en aquel entonces sabíamos de todo. Por pura necesidad, había que saber pastorear y cultivar. Pero también cazar…

Nieta: ¿Y qué cazabais? 

Abuelo: Pues lo que se nos pusiera a mano, no podíamos rechazar nada. Pero claro, con estas lagunas, pues los patos era normal cogerlos. Aún recuerdo en una ocasión, pastoreando cerca de la Laguna, que nos refugiamos por la noche en una cueva unos cuantos pastores, y dejamos el ganado en los corrales de fuera. Acababa de terminar el verano y muchos pozos tenían poca agua, así que estábamos planeando donde llevar a abrevar a los animales al día siguiente. Pues bien, recuerdo que llegaron otros pastores con un par de patos que habían cazado… y en el intento, uno de ellos se había calado. Así que les prestamos unas de las mudas de emergencia que tenía en la cueva, y a cambio compartieron la cena con nosotros. Porque, aunque era octubre, las noches antes eran frías y había que estar bien seco.

Nieta: ¿En una cueva? Yo pensaba que eso era de la prehistoria…

Abuelo: ¿Pero cómo dices eso? No habré dormido yo veces en cuevas. Estaba el pueblo plagado: Nengo, Donato, Navalcaballo, Chima, Juan Diez, la de Gregorio, la del Tío Viejo, la del Tío Torines, Collado… Y me estoy dejando más de la mitad. Y también dejábamos el ganado en otras que aún les decimos bóvedas, que eran construcciones rectangulares y, claro, abovedadas. Recuerdo la Bóveda del Hondo de la Muela…

Abuela: Y no te olvides, que no sólo había pastores en ellas. Muchos labradores se quedaban en los chozos, esas pequeñas construcciones circulares que seguro has visto, hija. Pero también había familias viviendo en cuevas o ya, cerca de Villacañas, en silos.

Nieta: ¿Cómo? ¿Qué vivía gente ahí?

Abuela: ¡Claro! Y casi han seguido familias hasta que naciste tú. Aquí en Lillo, vivió gente en los Silos de la Atalaya o del Aljibe, ahí donde la Sierra del Romeral.

Parada 6. Un lugar ancestral de encuentro y devoción. El yacimiento de Dancos y la romería a la Ermita de la Virgen de la Esperanza

Nieta: ¿Silos del aljibe? ¿Ahí captaban el agua de lluvia entonces, no?

Abuelo: Parece que me escuchas entonces. Sí, estaban cerca del aljibe más bonito que tenemos en el término, el Aljibe del Manzano. Y, como te contaba del Cerro de San Antón, algo similar pasaba con el del Manzano. Justo ahí se han encontrado restos de pobladores de la Edad del Bronce, el yacimiento de La Atalaya. Vamos, que el agua la captamos desde el principio los tiempos, aunque ahora usemos los tejados de las casas y depósitos de plástico o metal para almacenarla…

Nieta: ¿Os referís al depósito grande que hay en el patio de casa?

Abuela: ¡Eso es! Muchos los pusimos en los años 60 cuando nos reformamos las casas, para evitar problemas si no salía agua en las fuentes. Pero vamos, que el agua de lluvia la aprovechábamos toda. También los charcos que se formaban en el Cerro de San Antón y a orillas del cementerio de haber sacado piedra y tierra.

Abuelo: Sí, pero no tienes que confundir con los aljibes del monte, los tradicionales, que estaban labrados en piedra y siempre recogían las escorrentía de las laderas de los cerros que nos rodean, porque justo esa piedra era impermeable.

Nieta: Vamos, que desde que se sabe que había gente por aquí, se ha aprovechado todo el agua que había…

Abuela: Claro. Sin ir más lejos, junto a la Ermita de la Esperanza, donde vamos mañana, está el yacimiento de Dancos, y verás que hacían lo mismo. De hecho, dicen que cerca de ahí había otra laguna que ya desapareció. Pero eso no lo sabíamos cuando éramos jóvenes. Sólo sospechábamos que alguien tenía que haber vivido en ese lugar, pues en todas las romerías alguien se traía de vuelta alguna cerámica que había encontrado en el suelo. Por lo visto, es un asentamiento de la Edad del Hierro, aunque luego también estuvieron los romanos y, por lo visto, los musulmanes. O eso dicen los arqueólogos por las piezas que han encontrado…

Nieta: ¿Y por qué la gente dejó de vivir ahí entonces?

Abuela: Pues, según cuentan, fue una salamanquesa la que envenenó el agua e hizo que todos los vecinos se marcharan ya sea a Villacañas o a Lillo. Otros dicen que fue la peste… Pero vamos, que lo más creíble es que se quedaron sin agua potable y eso hizo que se fueran. Por lo visto, se quedó sin gente ya desde el siglo XIII…

Parada 7. A moler al Riánsares. Los molinos históricos de Lillo

Nieta: O sea, que estábais bien adaptados a vivir sin un río que atravesara el pueblo. Entre las lagunas para cazar y coger el salitre y la barrilla, los pozos para beber y dar de beber al ganado, las norias para cultivar las huertas, y los aljibes que complementaban el abastecimiento de agua, los ríos sobraban, ¿no?

Abuela: No hija, se te olvida algo que era crucial para vivir entonces: la harina del cereal, sobre todo trigo. Sin eso antes no podíamos vivir. Con el pan llenábamos nuestros estómagos. Y lo que podíamos, lo harinábamos, como las sardinas para el mojete. Y, como no, los dulces. Harina y azúcar para que no nos faltaran energías. Pero para moler el trigo, se necesitaba un molino. Y para mover el molino, pues la fuerza del río.

Nieta: ¿Y por qué no se usó el viento, como en otros pueblos de aquí cerca?

Abuela: Buena pregunta. Dicen que en su tiempo hubo uno de esos molinos, pero yo no lo conocí. Sí recuerdo el que había ahí en el Riánsares, en la carretera a la Villa de Don Fadrique, el molino de Paulés (o Pablés dicen otros) que estaba regentado por Reyes Esmero Córdoba y su familia hasta hace poco.

Abuelo: ¡Qué habilidoso era ese señor con el molino! Tardaba menos y nada en despachar la tarea. Eso sí, teníamos que esperar a las primeras lluvias del otoño para acercarnos a llevar el grano, porque antes el río no tenía la suficiente fuerza. Y le dejábamos la maquila, y el resto de la harina nos la llevábamos de vuelta al pueblo, para que tu abuela pudiera preparar unas puches a tu madre y tus tíos.

Nieta: ¿La maquila? ¿puches? No entiendo nada, abuelo…

Abuela: La maquila era el pago al molinero, que antes se hacía en especie, dejándole parte del grano. Es que muchos prácticamente no manejábamos dinero. Los puches eran una especie de potito de harina, azúcar y leche que dábamos mucho a los niños antes…

Nieta: ¿Y había más molinos en el pueblo?

Abuelo: Sí, aunque la mayoría caían ya el término de Corral de Almaguer, subiendo el Riánsares. Sin embargo, de esos molinos sólo me han hablado, yo no he llegado a conocerlos en funcionamiento. A ver… el Molino del Cuadrado, el de Pinzagorras y, del que aún quedan los restos, el Molino de Tejada.

Abuela: Y no te olvides del Batán de Carahorma, donde está hoy la urbanización.

Nieta: Y eso de un batán, ¿qué es?

Abuela: Eso es, al norte del municipio, donde el Arroyo de Tesillos o Santa María, estaba el batán, que es un molino que se utilizaba antes para dar consistencia a los tejidos. Cuándo te hagan leer El Quijote en el colegio, ya verás qué historia más divertida hay con un batán.. Pero eso es algo muy antiguo, yo sólo he conocido el nombre del paraje, así que supongo que en su día estaría por ahí.

Parada 8. ¿Y el futuro? La importancia del agua y la conservación de la biodiversidad

Abuelo: Bueno muchachos nos vamos para casa que se ha hecho muy tarde. Mañana es un gran día y hay que descansar.

Nieta: Jo, pero yo quiero que sigas contando alguna historia más.

Abuelo: Mañana en Esperanza, mientras almorzamos os contaré muchas más historias de antes.  

Nieta: ¿Y podremos ir a las lagunas del Altillo?

Abuelo: Mira pues si vemos a mi amigo Antón le diremos que en cuanto pueda nos enseñe los secretos que guardan en sus entrañas las lagunas. Y os presentará a unos vecinos que allí viven. Se llaman azulones, pagazas, tarros, avocetas, limícolas…  y una especie muy rara e interesante que viene ahora en primavera desde África: la Pagaza piconegra.

Nieta: ¡Qué guay! ¡Y también estarán las grullas y los flamencos!

Abuelo: Los flamencos quizás sí pero las grullas no. Vienen en noviembre desde el norte de Europa y cuando empieza la primavera, de nuevo, se van.

Nieta: Vaya… Pero,¡Cuántas cosas tan chulas tienen las lagunas!

Abuelo: Mucho pero no todo es tan bonito. Las lagunas tienen un gran reto en el futuro. Por ejemplo, la laguna de El Longar ha sufrido mucho durante los últimos años. Por ello se deben conservar y cuidar. 

Nieta: Claro, y cuidar a todos sus habitantes que también son nuestros vecinos. Ojalá que en el futuro estén llenas de plantas y pájaros como esas pagazas. Y sobre todo de agua. Y tú abuela ¿qué piensas del pueblo y sus lagunas?

Abuela: Mira hija mía, contemplar el rostro del paisaje manchego es aprender a observar. Es desentrañar de su piel agrietada sus viejos y escondidos secretos. Encontrar en su llana mirada el más divertido guiño. Escuchar historias inmemoriales de tierra y sal y convertir lo aparentemente monótono, en una complejidad infinita. La Mancha y por supuesto Lillo, son un reto a la curiosidad. 

Abuelo: ¡Bueno qué palabras! Vámonos, pero antes de irnos, os voy a hacer una pregunta que me tenéis que responder mañana en Esperanza. Pero muchachos, ¿cómo es posible que las piedras se muevan solas y formen surcos sobre la superficie limosa de la laguna? ¿quién las mueve? Porque esto ocurre en nuestras lagunas. ocurre un fenómeno único. Un fenómeno único que sólo se ha observado aquí y en un lugar de EEUU. ¡Hasta mañana!

Nieta: ¡Guauuuuuuuu!